Los Lavaderos
Los jornaleros agrícolas y ganaderos, desde cisqueros a porqueros, arrastraban una tremenda suciedad en ropas y enseres.
El lavado de la ropa si detergente era un trabajo fatigoso, que empleaba durante semanas a innumerables lavanderas. Sucedáneos naturales como matuleras y la fibra de las pitas mezcladas con arenas no mejoraba el resultado. Sólo el jabón procedente de las grasas animales tratadas con sosa cáustica y agua de ceniza arrancaban el blanqueo. El jabón se obtenía de las borras o asientos del aceite, del tocino rancio de los cerdos sacrificados. La grasa acumulada durante todo el año en grandes tinajas, tras haberse mezclado con cáustica era cocida a fuego lento. Posteriormente, con la ayuda de una espumadera, se apartaba la película superior de desechos. Una vez solidificada, el resultado era cortado y apilado en cajones.
Como sustituto de la lejía, para el blanqueo de la colada la ceniza era el complemento ideal. Algunas lavanderas, ante una gran mugre, introducían la ropa en calderas de agua, por lo general de metal, que eran calentadas a fuego lento en grandes fogatas al aire libre.
Los burros cargados de cestos de ropa se dirigían a barrancos y riberas. Las zonas preferentes en Zufre eran el Barranco Santo, la Charneca y Cantarranas. Si bien si la cantidad era excesiva, a través del carrilejo que conducía a los molinos se dirigían a la Rivera de Huelva, junto a la antigua estación de ferrocarril.
Aun con la construcción de los lavaderos esta práctica fue normal hasta fines de los años 40 (Siglo XX).
Zufre contó con cuatro lavaderos distribuidos de una forma estratégica por el viario urbano, de los cuales sólo uno era cubierto